DESOCUPACIÓN

"El laburo de ser pobre"

2005, terracota y madera pintada

Autora: Marisa Insúa, Artista Plástica residente en Pehuajó

www.marisainsua.com.ar

DESOCUPACIÓN

Está esperando junto a otros. Comentarios comunes quieren disimular la ansiedad. Ya entraron a hablar con el señor que oficia como jefe la chica bonita, el de las manos temblorosas, el que charlaba sin parar, el que no decía nada . . .pero todavía quedan muchos más.

Ahora es su turno. La secretaria lo llama por su nombre y le regala una sonrisa. El jefe apenas levanta la vista, lo invita a sentarse, le pide su currículum y formularios, luego los abrocha y se levanta en señal de despedida. Le dice que ha cumplimentado la inscripción, y que le llegará un aviso de designación para “una tarea bien remunerada y acorde con su preparación “(le parece haber escuchado más de una vez esta frase, luego de su larga peregrinación).

Pero no, esta vez debe ser en serio porque antes de retirarse le hace recordar que para cualquier referencia, “es el número cuatro mil cincuenta y dos “. Le da mano como si le estuviera otorgando un favor. Sale del despacho y se encuentra con las otras miradas expectantes, y algunas con admiración “porque fue atendido”. Antes de volver a la calle, pasa por otras oficinas y ve miradas marchitas, gestos cansados, trajes muy usados, agobio por rutinas y burocracias, pero ¡ con trabajo!

En la calle su primer pensamiento es el sentirse libre. Sin horarios ni imposiciones. El día es lindo, el cielo está limpio, y al pasar por un bar se le ocurre que le vendría bien una cerveza.
¡Total, a cuenta del llamado que seguro le harán!

La comienza a tomar tranquilo, pero enseguida se vuelve a sumir en la tristeza y comienza la cavilación: 49 años, sin trabajo, sin reconocimiento y hasta perdiendo la pinta que antes era su mejor tarjeta de presentación.

Se levanta y comienza a caminar. Es temprano para llegar a su casa. Hace mucho tiempo que llega siempre temprano . . . Sigue caminando. Otra vez ese dolor en el costado, arriba de las costillas que, además, le provoca angustia, desazón, una sensación rara . . .
Habrá que quitarle importancia como otras veces, es decir, obligadamente. ¿Qué médico lo atenderá sin seguro ni obra social? Y, están los hospitales , pero tienen horarios y su dolor no se acomoda a ellos.

Es que debería cambiar de mano el maletín que lleva para impresionar. Aumenta el dolor. Será mejor volver a casa. ¿ Y los vecinos? Otra vez cuchicheando: que no hace nada, que la mujer es la única que lucha, que no quiere trabajar . . .
Mejor, se sienta en un banco de la plaza y se da cuenta que, además del dolor físico, siente cansancio de la edad, de la vida, de las búsquedas, de la impotencia . . . Le duele el costado del cuerpo, pero mucho más el alma.

Empieza a sentir puntadas más agudas y seguidas. Se le nubla la vista, una opresión en el pecho le está impidiendo respirar, se baña en sudor, no puede articular palabras, y , de repente comienza a sentir alivio, una dulce liviandad en el cuerpo, mira los árboles y están rodeados de un aura luminosa, comienza a sentirse inundado por una gran paz. . .

…………………………………………………………………………………………………………………

Sirenas y gente que se agolpa rodeando al hombre que está caído en la plaza sin conocimiento. Lo levantan paramédicos, y sobre una camilla lo trasladan a un hospital.
Tarde para recuperarlo a la vida. ¿Se habrá reconciliado con la muerte?

Le reúnen los objetos personales y los del maletín que cayó abierto. En el Hospital quedará hasta que algún allegado o familiar lo reconozca y se pueda organizar el sepelio.

Entre los documentos le encuentran una tarjeta de inscripción:
Desocupado . . . número cuatro mil cincuenta y dos,