Segundo cántico de Isaías
Segundo cántico de Isaías :49,1-7 Vocación y misión del Siervo del Señor.
CAMILO VALVERDE MUDARRA
El que habla no es Yahvé, sino el mismo Siervo. El Siervo habla en primera persona, hace su autopresentación, se dirige a todos los pueblos y les informa de la vocación a que ha sido llamado por Yahvé. El Siervo se presenta en declaración solemne a los ojos de las "islas" y de las "naciones lejanas" (Is 49,1, véase antes (Is 43,9). Tiene, además, conciencia de ser un elegido del Señor desde el primer momento: Desde el seno materno: “Tú fuiste quien del seno me sacaste, me pusiste a los pechos de mi madre Sal 22,l0. “Tú eres mi protector desde las entrañas de mi madre Sal 71,6). Es una expresión apta para referirse a los orígenes de Israel: escucha, siervo mío, Israel a quien yo elegí (Is 44,1.2.24).
El Siervo puede anunciar la salvación hasta los últimos confines de la tierra. La suya es una llamada mediante la palabra, que es espada y flecha, es decir, una realidad que toma la iniciativa. En vano me he afanado, para nada he gastado mis fuerzas. Pero mi derecho estaba en Yahvé, mi recompensa en mi Dios (Is 49,4) No es propiamente una declaración del Siervo que, en un primer momento, se sentiría desanimado por lo que considera un fracaso de su misión y luego será confortado por el Señor, y termina con un éxito clamoroso tanto entre Israel, como entre las naciones. Esta misión tiene una doble proyección. Es a la vez nacional y universalista. En su aspecto nacional, el Siervo debe reconducir a Israel a la Tierra Prometida y ser el instrumento de la alianza definitiva (49, 5-6; 42, 6). En su proyección universalista, el Siervo ha sido puesto, como luz de las gentes y debe llevar la salvación hasta los extremos de la tierra.
El Señor no se cansa y los que se apoyan en Él participan de su fuerza (Is 40,28.30.31). Se cansan quienes no siguen al Señor, sino a magos y encantadores (Is 47,12.15). El Señor acusa a Israel de haberse "cansado" de Él, mientras que él no lo ha agobiado (cansado) con sus exigencias (véase Is 43,22.23.24). Is 49,4 no es una declaración de desánimo del Servidor, que no ha tenido éxito en sus proyectos y comprueba que los resultados no corresponden a las expectativas y esfuerzos; es más bien una confesión de culpa. El Siervo-Israel ha gastado sus fuerzas (véase Sal 71,9) siguiendo algo que no era sino vacío, caos, vanidad: los ídolos, las naciones, los gobernantes infieles. Habiéndose dado cuenta del sin sentido de sus esfuerzos y de su vida, el Siervo reconoce (ls 49,4b) que su causa, su destino (véase la explicación de (Is 42,1) y su actividad y recompensa no pueden encontrarse, sino en el Señor. En esta misma línea Is 41,4; 43,13, manifiestan que la actividad que tiene sentido es la obra de Dios. La recompensa del Señor es uno de sus atributos que lo acompañan en Is 40,10.
Como conjunto este texto se diferencia de aquellos en los que probablemente se habla de un Siervo individual, que tiene una especial relación con Dios, y que lleva a cabo su misión por medio del sufrimiento. Este segundo canto, en cambio, exalta a Israel que, después de haber reconocido sus errores, es antepuesto a reyes y príncipes a los ojos de todas las naciones.
Tercer cántico: 50,4-11. Sufrimiento y confianza del siervo.
Este, por su forma y fondo, es una confesión al estilo de las de Jeremías. En concreto, se trata de un salmo profético de confianza. La misión del Siervo es descrita como una tarea profética. Is 50,4-9 es una declaración en primera persona de un personaje anónimo, que habla él, de sí y de su misión; aunque no se le llama Siervo su situación y destino coinciden, sin embargo, en diferentes aspectos con los del misterioso personaje que se entreveía en Is 42,1-7; 42,18-23 y 43,8-13.
Este texto pone de relieve, más que los anteriores, que este personaje es plenamente consciente de su misión y de su destino. Por ello, la insistencia sobre el "aprender", y "abrir el oído". La suya es una lengua obediente, cuya actividad principal es animar a los desfallecidos. Su oído está en permanente actitud de escucha de la revelación, que recibe de modo continuo. Está en constante diálogo con Dios, lo que le distingue de las experiencias de los profetas anteriores. Este profeta es presentado como víctima de expiación, mártir voluntario con entera obediencia a la voluntad de Dios y plena confianza en Él. La predicación del Siervo de Yahvé lleva el sello de la persecución y el sufrimiento.
El Siervo sabe que debe enfrentarse, en un juicio, con sus enemigos. Así lo sugiere el vocabulario judicial de Is 50,8-9a: defensor, denunciar, comparecer, domar, condenar, sabe que dispone de los medios necesarios para hacer frente a la situación y salir victorioso. Pero sabe también, que no tendrá necesidad de utilizar esos medios (véase Is 54,17 y Mt 10,19-20). El señor mismo tomará a su cargo su defensa y él no se rebela a su destino.
La imagen de Is 50,4-9 sugiere la de un prisionero que después de haber sido maltratado (Is 50,6) espera el momento del juicio. Por la mañana muy temprano (Is 50,4) se ha despertado con la seguridad de que Dios le ayuda y de que, por ello, será capaz de derrotar a sus enemigos. Espera ese momento con alegría, como un momento de triunfo propio y de glorificación de Dios. Le falta, sin embargo, todavía la experiencia final de los tribunales corrompidos, del triunfo de la injusticia, del silencio de Dios.
El pueblo de Sión ha de confiar en el Señor, como el Siervo confiaba y no ha sido desfraudado. Is 50,10 puede tener el sentido de una exhortación: “temed, obedeced” y también de una proposición condicional normativa: “el que teme al Señor … aunque camine en tinieblas”… Es esta la actitud del Siervo. El versículo Is 50,11 se refiere a los enemigos de Sión o del Señor, que son víctimas de la violencia e injusticia que ellos han promovido.
CAMILO VALVERDE MUDARRA
El que habla no es Yahvé, sino el mismo Siervo. El Siervo habla en primera persona, hace su autopresentación, se dirige a todos los pueblos y les informa de la vocación a que ha sido llamado por Yahvé. El Siervo se presenta en declaración solemne a los ojos de las "islas" y de las "naciones lejanas" (Is 49,1, véase antes (Is 43,9). Tiene, además, conciencia de ser un elegido del Señor desde el primer momento: Desde el seno materno: “Tú fuiste quien del seno me sacaste, me pusiste a los pechos de mi madre Sal 22,l0. “Tú eres mi protector desde las entrañas de mi madre Sal 71,6). Es una expresión apta para referirse a los orígenes de Israel: escucha, siervo mío, Israel a quien yo elegí (Is 44,1.2.24).
El Siervo puede anunciar la salvación hasta los últimos confines de la tierra. La suya es una llamada mediante la palabra, que es espada y flecha, es decir, una realidad que toma la iniciativa. En vano me he afanado, para nada he gastado mis fuerzas. Pero mi derecho estaba en Yahvé, mi recompensa en mi Dios (Is 49,4) No es propiamente una declaración del Siervo que, en un primer momento, se sentiría desanimado por lo que considera un fracaso de su misión y luego será confortado por el Señor, y termina con un éxito clamoroso tanto entre Israel, como entre las naciones. Esta misión tiene una doble proyección. Es a la vez nacional y universalista. En su aspecto nacional, el Siervo debe reconducir a Israel a la Tierra Prometida y ser el instrumento de la alianza definitiva (49, 5-6; 42, 6). En su proyección universalista, el Siervo ha sido puesto, como luz de las gentes y debe llevar la salvación hasta los extremos de la tierra.
El Señor no se cansa y los que se apoyan en Él participan de su fuerza (Is 40,28.30.31). Se cansan quienes no siguen al Señor, sino a magos y encantadores (Is 47,12.15). El Señor acusa a Israel de haberse "cansado" de Él, mientras que él no lo ha agobiado (cansado) con sus exigencias (véase Is 43,22.23.24). Is 49,4 no es una declaración de desánimo del Servidor, que no ha tenido éxito en sus proyectos y comprueba que los resultados no corresponden a las expectativas y esfuerzos; es más bien una confesión de culpa. El Siervo-Israel ha gastado sus fuerzas (véase Sal 71,9) siguiendo algo que no era sino vacío, caos, vanidad: los ídolos, las naciones, los gobernantes infieles. Habiéndose dado cuenta del sin sentido de sus esfuerzos y de su vida, el Siervo reconoce (ls 49,4b) que su causa, su destino (véase la explicación de (Is 42,1) y su actividad y recompensa no pueden encontrarse, sino en el Señor. En esta misma línea Is 41,4; 43,13, manifiestan que la actividad que tiene sentido es la obra de Dios. La recompensa del Señor es uno de sus atributos que lo acompañan en Is 40,10.
Como conjunto este texto se diferencia de aquellos en los que probablemente se habla de un Siervo individual, que tiene una especial relación con Dios, y que lleva a cabo su misión por medio del sufrimiento. Este segundo canto, en cambio, exalta a Israel que, después de haber reconocido sus errores, es antepuesto a reyes y príncipes a los ojos de todas las naciones.
Tercer cántico: 50,4-11. Sufrimiento y confianza del siervo.
Este, por su forma y fondo, es una confesión al estilo de las de Jeremías. En concreto, se trata de un salmo profético de confianza. La misión del Siervo es descrita como una tarea profética. Is 50,4-9 es una declaración en primera persona de un personaje anónimo, que habla él, de sí y de su misión; aunque no se le llama Siervo su situación y destino coinciden, sin embargo, en diferentes aspectos con los del misterioso personaje que se entreveía en Is 42,1-7; 42,18-23 y 43,8-13.
Este texto pone de relieve, más que los anteriores, que este personaje es plenamente consciente de su misión y de su destino. Por ello, la insistencia sobre el "aprender", y "abrir el oído". La suya es una lengua obediente, cuya actividad principal es animar a los desfallecidos. Su oído está en permanente actitud de escucha de la revelación, que recibe de modo continuo. Está en constante diálogo con Dios, lo que le distingue de las experiencias de los profetas anteriores. Este profeta es presentado como víctima de expiación, mártir voluntario con entera obediencia a la voluntad de Dios y plena confianza en Él. La predicación del Siervo de Yahvé lleva el sello de la persecución y el sufrimiento.
El Siervo sabe que debe enfrentarse, en un juicio, con sus enemigos. Así lo sugiere el vocabulario judicial de Is 50,8-9a: defensor, denunciar, comparecer, domar, condenar, sabe que dispone de los medios necesarios para hacer frente a la situación y salir victorioso. Pero sabe también, que no tendrá necesidad de utilizar esos medios (véase Is 54,17 y Mt 10,19-20). El señor mismo tomará a su cargo su defensa y él no se rebela a su destino.
La imagen de Is 50,4-9 sugiere la de un prisionero que después de haber sido maltratado (Is 50,6) espera el momento del juicio. Por la mañana muy temprano (Is 50,4) se ha despertado con la seguridad de que Dios le ayuda y de que, por ello, será capaz de derrotar a sus enemigos. Espera ese momento con alegría, como un momento de triunfo propio y de glorificación de Dios. Le falta, sin embargo, todavía la experiencia final de los tribunales corrompidos, del triunfo de la injusticia, del silencio de Dios.
El pueblo de Sión ha de confiar en el Señor, como el Siervo confiaba y no ha sido desfraudado. Is 50,10 puede tener el sentido de una exhortación: “temed, obedeced” y también de una proposición condicional normativa: “el que teme al Señor … aunque camine en tinieblas”… Es esta la actitud del Siervo. El versículo Is 50,11 se refiere a los enemigos de Sión o del Señor, que son víctimas de la violencia e injusticia que ellos han promovido.
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