Apuntes desde la melancolía
Apuntes desde la melancolía
María Eugenia Caseiro
Se acerca la Navidad, y con ella una mezcla de emociones, una gama que va desde la alegría hasta la nostalgia; desde la pena, hasta la felicidad; pero la tristeza, el desamparo, la pobreza, están tan sólo un paso de donde elevan su mansión del lujo y la abundancia.
Muchos coinciden en que la Navidad es una época para reflexionar. En ese período, tan cercano a fin de año, las personas tienden a hacer una recapitulación de los eventos transcurridos en esos doce meses que componen el año que está por terminar. Finalmente el almanaque, suspendido de su última hoja, como un enfermo que no quiere morir, cede a la caída de los días en el estanque donde se mezclan razón y sentimiento.
La vida, que necesita soldados de alma limpia, con voces como espejos relucientes que canten a la pena o a la gloria, no depende de de antojos o voluntades extrañas. Y como un dictado, un sugerido, pasa a ser un impuesto, es por ello que los que creemos que en las artes no caben imposiciones, prescindimos muchas veces del auspicio de aquellas, para cantar a la pena y al desconcierto, al dolor y a la pobreza; para mostrar que cada cual empuña su mirada como el mejor instrumento.
Rostros desteñidos
"La carga más pesada nos destroza,
somos derribados por ella,
nos aplasta contra la tierra."
Milán Kundera
Es preciso cruzar el puente de lluvia sin paraguas
hender los pies de salamandras en el barro de los pesebres y las
cruces;
acuchillar el perfil de las casas y dejar la huella del sudor donde los
perros
lloran la ausencia como un mal congénito,
y la resina de sus ojos cubre la violencia bajo el ámbar de todos los
estratos.
No hay desperezo, en el ir y venir de las pisadas
la ciudad se oblicua y desgana. Hay un límite para respirar,
una frontera donde explota el pulmón cetrino en la fachada
sordomuda,
en el soslayo del ojo de neón,
en las vidrieras cargadas de regalos que nunca,
sabrán del dolor en las colgaduras de aceite y tedio,
en las arrugas y las roturas de los visillos por los que el polvo pasa,
trenza la humedad en las ventanas y se acumula como la peste.
-cada mancha indiferente, ignora las monedas y los pasos-.
Los desposeídos, los marginados,
los ciegos que asolan los precipicios del día con los dedos de sufrir la
limosna,
con la razón vencida en las heladas del estómago,
añoran una piña caliente y roja para celebrar la infinita belleza
inalcanzable de las fiestas.
Pero la sangre
la maldita sangre de no ser, golpea
mata el perfume de la nieve y los regalos atorándose como el
engrudo
Y se les muere indignamente la razón sobre el asfalto
sobre las calles entrecruzadas que oprimen la quietud del
desencuentro.
María Eugenia Caseiro©
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