My Photo
Name:
Location: Pehuajó, Provincia Buenos Aires, Argentina

Wednesday, April 04, 2007

Cuarto cántico


Cuarto cántico: 52,13-53,12. Pasión y gloria del Siervo.

CAMILO VALVERDE MUDARRA

Entre los cánticos de alegría que celebran la restauración de Jerusalén, capítulos 51, 52 y 54 del Segundo Isaías, se sitúa este sombrío texto teológico, como para indicar que la rehabilitación de Israel y de sus habitantes presupone el sufrimiento compartido.
Ofrece la forma literaria de una liturgia profética. Es el más famoso e impresionante de los cuatro poemas. Presenta, igual que los anteriores, problemas de identificación. A diferencia de ellos, se limita a narrar los sufrimientos del siervo, su muerte ignominiosa y su último sentido. El cuerpo del himno se desarrolla sobre la trama de los sucesos trágicos vividos por el siervo, alcanza su cima en el contraste "humillación-glorificación", y ve una rehabilitación gloriosa.
Presenta una triple disposición:

a) Oráculo de Yahvé: Presentación del siervo: 52, 13-15.
b) Profecía de la pasión del siervo: 53, 1-10. Lamentación colectiva
c) Oráculo de Yahvé: Glorificación, su destino: 53, 11-12. noción de la obra salvadora

a) Oráculo divino: 52, 13-15. Habla Yahvé, dirige la mirada al futuro del Siervo, al momento de su exaltación. Resalta el contraste entre su momento de dolor y abatimiento y su momento de triunfo y exaltación. También describe la impresión de las muchedumbres en relación a esos dos tiempos de su misión. Horror al principio y asombro después. Ello quiere decir que el acontecimiento salvador de la misión del Siervo solamente puede ser reconocido luego de su cumplimiento.
b) Profecía de la pasión: 53, 1-10. El profeta empieza describiendo el estado del Siervo en el momento de su pasión. Acumula en su descripción toda clase de sufrimientos: desprecio, enfermedad, castigos corporales. Es presentado como desfigurado, traspasado, aplastado.
En la larga sección central, Is 52,14-53,10) un grupo, "nosotros", como si fuera un coro, habla meditativamente del Siervo. Esta sección recuerda la relación del servidor con el coro, con otros "muchos" (Is 53,11) y con el Señor. Todos nosotros nos acusamos de ceguera e incapacidad para reconocer lo que estaba sucediendo: el Siervo, un ser despreciado y humillado por Dios y por los hombres.
En un tercer tiempo, se reconoce el valor y el significado del dolor y del sufrimiento del Siervo. El profeta ve en este dolor una misión confiada por Yahvé y que el Siervo ha aceptado con toda generosidad y entrega, con pleno conocimiento de causa. Esta función era la de redimir al mundo cargando sobre sí los pecados de los hombres, sus dolores y enfermedades, como víctima de expiación vicaria para cumplir el plan de Dios sobre la humanidad. Por este sufrimiento total, en el que se cumplen los planes de Dios, el Siervo recibe la vida y, como herencia, una posteridad innumerable que se prolonga más allá de la muerte. La exaltación final del Siervo (Is 53,12: Le daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos) menciona a muchos. El tema central del texto es la relación entre el Siervo y el grupo. Esta relación está sugerida por numerosas expresiones que hablan de una presencia, actividad y sufrimiento del siervo junto a los demás (Is 53,4.5.12) y en su lugar.
Es un hombre desfigurado y despreciado, ya que su tormento es considerado como signo de un juicio por parte de Dios. Pero, en realidad, son los espectadores los que tienen que confesar su propio pecado, que ha caído sobre él sin culpa alguna. El castigo es nuestro, pero el dolor es suyo. Su entrega es total, con la docilidad de un cordero conducido al sacrificio. Lo que le aguarda es la muerte y la sepultura. Sin embargo, "Él jamás cometió injusticia ni hubo engaño en su boca". Pero la muerte no es el desenlace definitivo. Más aún, la muerte hace brotar el misterio de fecundidad que aquel retoño contenía; y el justo contempla ahora la luz y se sacia en Dios, que declara inocente a su Siervo. Su sufrimiento expiatorio ha liberado a los hombres, que ahora serán el botín de su triunfo y de su victoria sobre el mal.
c) Oráculo de Yahvé: 53,11-12. Yahvé, en este oráculo, que cierra los cánticos, introduce solemnemente una idea muy importante en la descripción de la obra salvadora del siervo. Justifica a los hombres, restableciendo la relación inicial entre ellos y Dios, después de haber destruido el pecado y sus consecuencias.
El vocabulario que describe la misión salvadora del Siervo está especialmente elegido para expresar la función semántica de la pasión y el dolor. El Siervo carga sobre sí las enfermedades y los dolores. Nuestro castigo pesa sobre él. Ofrece su vida en expiación. Se entrega de modo voluntario a la muerte. Intercede por todos nosotros. Justifica y es justificado. Y como recompensa tendrá una gran posteridad.
Sobrepasa con valentía, con sus llagas nos curó (Is 53,5), conceptos profundamente afincados en la cultura religiosa antigua y en la del Antiguo Testamento. El Siervo no responde herida por herida como permitía e incluso ordenaba la ley del talión (Ex 21,25); mucho menos trata de vengarse de ningún modo de la ofensa recibida (Gn 4,23-24). Por el contrario, sorprendentemente sus propias heridas llevan la curación a un cuerpo cubierto de ellas, el cuerpo de Israel y de cada uno de sus miembros. El Sal 38 incluye las heridas del cuerpo como parte de la descripción de la figura repugnante de uno que implora la misericordia del Señor.
Así mismo, Is 53,6, el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas, se refiere probablemente al castigo infligido por las culpas. La lengua hebrea puede utilizar el mismo término para varios conceptos relacionados entre sí en el orden jurídico y religioso, como transgresión, culpa y castigo. "Cargar", castigar, es el velo que utiliza Is 59,16 para indicar una intervención salvífica del Señor que pone remedio a una situación extrema, aunque para ello sea necesario recurrir al dolor. Is 53,6b significa que el Señor ha "tocado" con una intervención salvífica la transgresión de todos por medio del Siervo.
En el Cántico, la tercera fundamentación teológica es la presencia del Siervo en la expiación de la culpa y en la reconciliación entre el señor y su pueblo ("nosotros"). Por haberse entregado en lugar de los pecadores Is 53,10 traduce la expresión hebrea "entregarse como expiación". El término hebreo jurídico religioso que traducimos como "expiación" tiene múltiples significados: la transgresión, la obligación y responsabilidad que surgen de la culpa, la culpa misma, el reato, y por extensión la expiación de la culpa, y hasta la compensación (véase Lv 5, y en particular Is 53,15-16.18-19, donde aparecen los diferentes sentidos del mismo término).
En el versículo, Is 53,11 trata de la expiación: Mi siervo traerá a muchos la salvación. La expresión traduce la expresión hebrea "declarar justo" o "justificar" (Ex 23,7; Dt 25,1). El Siervo no convierte en justo al injusto, un pensamiento completamente ausente del A Testamento. Para ser "justificado" es necesario tener en sí un elemento de justicia, es decir, participar en la justicia del Señor, que es el único Justo (Is 45,24-25). El Señor puede borrar la rebelión y olvidar el pecado (Is 43,25; 44,22), de manera que permita al hombre presentarse a juicio con él, "justificarse", y así "ser justificado" en su presencia (Is 43,26).
Estas expresiones, cargando con sus culpas (Is 53,11), o cargó con sus pecados (de ellos) (Is 53,12), manifiestan que el Siervo asume la culpa en que otros habían incurrido. Como en Ez 23,49, estas palabras expresan una verdadera responsabilidad moral sobre las acciones que cada uno, individuo o grupo, debe reconocer. De un modo semejante, el sumo sacerdote Aarón, lleva ante el Señor los símbolos que representan los nombres de las tribus de Israel y, como representante del pueblo, porta también la "flor de oro", signo de las culpas cultuales que el sumo sacerdote expía (véase Ex 28,36-39 y en particular Is 53,38). Es el papel parecido al que tiene el macho cabrío expiatorio (Lv 16,22), sobre el cual el Sumo Sacerdote descarga de modo simbólico todas las culpas del pueblo, para que sean llevadas al desierto. El pensamiento de la asunción de la culpa que se anuncia en esos textos adquiere toda su fuerza en este cántico de Isaías.
Al poder aceptar la asunción de la culpa de otros, el pensamiento de la substitución de los culpables en el castigo se hace también posible y aceptable en toda su circunstancia. La misión del Siervo en este contexto no es declarar justo a alguien que no lo es, ni es olvidar o borrar el pecado. Pero él puede asumir la culpa de los demás como argumento para que el Señor pueda olvidar y borrar el pasado aceptando como justo lo que ante él no podría serlo, porque la mancha exigía una reparación muy especial.
Más que un profeta parece un evangelista el que habla. El Nuevo Testamento ve aquí designado literalmente a Jesucristo: Mt. 3,17; 12,15-21; 26, 67-68; 27,26; Mc. 15,19. 27-28; Lc.4, 17-21; 2 Cor 6,2.
En señal de premio y de pago, por haberse ofrecido para tomar y expiar la culpa, el Siervo tendrá descendencia, prolongará sus días (Is 53,10). El Siervo ha muerto verdaderamente, ha abandonado la tierra de los vivos (Is 53,8; véase el contraste del reino de los vivientes con el Sheol, reino de las tinieblas, en Ez 32,23-27). Su supervivencia no significa, sin embargo, que el concepto de resurrección en sentido cristiano esté ya presente, pero, sí, implica que quien se pone al lado de los pecadores para asumir su culpa y buscar la expiación de la misma, participa de un modo especial de la bendición del Señor. Precisamente, porque el Siervo ha cumplido esa condición, el Señor permite que continúe presente de algún modo en aquellos con quienes se ha identificado y extraído del abismo.
Precisamente, a causa de su profundidad teológica, este texto ha sido utilizado frecuentemente por el Nuevo Testamento para procurar comprender la figura de Jesús, que ha muerto "por la salvación del pueblo". A pesar de algunas vacilaciones se puede considerar la pasión del siervo como un sacrificio expiatorio, su dolor como una justificación y una reconciliación del pueblo con Dios. Este entramado de humillación y de exaltación para los cristianos ha tenido un nombre concreto: Cristo y su pasión, muerte y glorificación. Hay que señalar la imprecisión de los límites atribuidos a los poemas; los cantos se presentan distintos de su contexto y, al mismo tiempo, profundamente insertos en su trama. Duhm, en 1892, fue el primero en considerarlos como formando un todo coherente y distinto del conjunto del libro y los atribuyó a un autor de la primera mitad del s. V.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home